ACTITUDES Y HECHOS EN AMÉRICA LATINA Y COLOMBIA
UNA VISIÓN GENERAL DE LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON LA
CIENCIA CULTURA Y MEDIO AMBIENTE
Para el caso de América tropical se juzga, que la esperanza de la Tierra está vinculada al
establecimiento de un nuevo orden económico internacional, pero por encima de ello, está
atada a una concepción diferente del desarrollo. Es indispensable recuperar la cultura como
un instrumento de adaptación al medio y de acoplamiento a las leyes de la vida. Esa es una
responsabilidad inherente a la universidad. Se insta a reconstruir los neolíticos del Trópico.
El desarrollo no puede seguir dando la espalda al bosque tropical húmedo ni internándose
en él para convertirlo en desierto. Es indispensable frenar la caótica expansión de las
ciudades y convertir de nuevo el hábitat en una morada para el hombre y no en una
autopista para la velocidad ostentosa. Hay que retomar al criterio de la producción agrícola
orientada a la satisfacción de las necesidades biológicas del hombre y no a la reconversión
energética para satisfacer la demanda proteínica de las minorías. Que el alimento sirva para
unirnos y no para ensanchar el camino de la violencia. Todo ello requiere de conciencia y
voluntad política. El futuro de la Tierra está indisolublemente vinculado a la construcción
de una nueva sociedad.
Haciendo alusión a nuestro continente, se dice que históricamente la población de América
Latina y el Caribe ha estado animada por una relación profunda, casi religiosa, entre el
hombre y su medio ambiente.
La región Latinoamericana y del Caribe dispone de los recursos naturales y del potencial
humano que podrían sustentar un desarrollo a largo plazo. Sin embargo, los problemas
ambientales se han acrecentado paulatinamente. La deforestación es, posiblemente, el
problema más álgido y urgente, que tiene su origen en causas tales como: presiones para
obtener más tierra para cultivos, expansión de la ganadería, especulación de tierras y
crecimiento de la población. El proceso de urbanización ha avanzado aceleradamente. Las
ciudades crecen a un ritmo muy superior a las posibilidades que tienen los países de
dotarlas de infraestructura, servicios y fuentes de trabajo. Gran número de ciudades
importantes sufren la contaminación del aire y del agua con serios efectos sobre la salud y
las expectativas de vida de la población. La contaminación industrial, que afecta aguas,
suelos y aire, es un fenómeno que se ha extendido prácticamente a toda la región.
Otros problemas ambientales globales como el calentamiento del planeta y el
adelgazamiento de la capa de ozono de la atmósfera, afectan a la Región de manera
creciente, no obstante que la participación en la acumulación de anhídrido carbónico y en la
producción mundial de cloroflurocarbonos y halones, sean relativamente bajas.
América Latina y el Caribe están perdiendo sus recursos culturales tan rápidamente como
su biodiversidad. El patrimonio cultural restante está hoy en acelerado riesgo de extinción.
La región posee una diversidad cultural y ecológica que puede ser aprovechada con
imaginación y creatividad y no simplemente enfrentada con modelos homogeneizados,
ajenos a la misma. Se impone una mayor eficiencia en el uso de los recursos, a través de
una gestión ambiental más racional y prudente, que reconozca la diversidad natural y
sociocultural, junto con una verdadera selección de los sistemas tecnológicos que se
empleen para la utilización de los recursos naturales. Las tecnologías deben consultar la
realidad integral, siendo preciso rescatar aquellas surgidas localmente en el pasado,
mejorándolas con el concurso de la ciencia y la tecnología modernas, en una concepción e”
que anime el diálogo de saberes.
Desde la perspectiva de la ecología, hay una corriente de pensamiento que plantea que la
ecología en sí no encierra ningún discurso específico.
Su “discursividad” depende, por tanto, del marco conceptual en donde se inserta el
conocimiento ecológico. Esos marcos conceptuales están dominados en América Latina por
la “economía del crecimiento” que en sus diversas expresiones convierte a la naturaleza y al
ser humano en simples medios para alcanzar determinadas metas cuantitativas. En las
últimas décadas ha comenzado a tener lugar, también en América Latina, “un estilo de
pensamiento que pretende subvertir el sentido puramente cuantitativo de la economía
política vigente y que, integrando la técnica ecológica, busca crear las bases para una nueva
“Segunda Crítica de la Economía Política” que incorpore la noción de lo incuantificable -la
naturaleza no tiene precio en la reformulación de una teoría del valor”.
Si en algunos países el descrédito respecto a los procesos de modernización es grande,
cabría esperar que en países pobres, como son los latinoamericanos, el escepticismo frente
a la “ideología del progreso” debería ser mucho mayor. Esto es sin embargo relativo. Por
cierto, hay una larga resistencia de campesinos e indígenas frente a los avances de la
modernidad, que data desde la fundación de las propias repúblicas, resistencia que exige,
entre muchos otros puntos, el respeto por los fundamentos naturales de la existencia
humana.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en algunos países europeos, en América Latina
los temas ecológicos están haciendo recientemente su entrada en política; al menos en la
política oficial. El hecho expuesto no deja de llamar la atención si se considera que los
efectos de la devastación ecológica en América Latina parecen ser mucho más graves que
en otros lugares de la Tierra. Sin embargo, esta misma constatación puede ser deducida
como una de las razones principales que explican la marginación de los temas ecológicos
respecto al mundo de la política. En efecto, los daños ecológicos en América Latina han
alcanzado tal magnitud, que tomarlos en cuenta significaría admitir el fracaso de proyectos
económicos que se vienen poniendo en práctica desde ya hace mucho tiempo. En otras
palabras, asumir en su verdadera intensidad la temática ecológica implicaría, además,
asumir un “nuevo tipo de radicalidad social” que pocas fuerzas políticas establecidas en los
gobiernos o en la oposición, podrían asumir sin caer en el peligro de negarse a sí mismas o,
por lo menos, sin cuestionar su propia historia. Porque si ha habido un continente en que la
modernidad, en sus formas industrialistas y “desarrollistas”, fue convertida por “expertos”
económicos y políticos en una especie de religión, ése es América Latina.
No hay que olvidar que en nombre de la civilización y el progreso durante el Siglo XIX en
nuestro continente fueron diezmadas las poblaciones aborígenes, y sus tierras convertidas
en propiedad de los grandes hacendados, quienes, apoyando a conservadores o a liberales,
contaron con el beneplácito de los respectivos Estado “nacionales”. Hoy es importante
recordar estos hechos, sobre todo cuando se quiere inculpar del genocidio de las
poblaciones indígenas sólo al colonialismo español o portugués. La marginación y el
aniquilamiento sistemático de las poblaciones autóctonas, llevados acabo en la mayoría de
nuestras repúblicas durante el Siglo XIX, tienen muy pocos parangones en la historia.
Del mismo modo, en nuestro siglo y en nombre del “desarrollo”, han sido destruidos
sistemáticamente fundamentos de subsistencia natural de poblaciones agrarias, lo que
obligó a campesinos e indígenas a invadir ciudades, convertidas hoy en metrópolis
productoras de miseria social y ecológica. En cada ciudad latinoamericana la miseria y la
“informalidad”, lejos de ser fenómenos colaterales al “desarrollo”, constituyen su verdadera
realidad, consecuencia también de la destrucción ecológica, pero inadvertida por los
“economistas del crecimiento”.
Asumir la cuestión ecológica o, por lo menos, tomar algunos de sus enunciados en serio,
significaría, pues, la negación de gran parte de la lógica en que se han basado las políticas
de desarrollo en nuestro continente. Sería reconocer la bancarrota del “desarrollismo”, en
sus expresiones de “derecha” y de “izquierda”, lo que a su vez significaría reconocer lo
superfluas que son las cuantiosas inversiones de dólares en programas e institutos “de
desarrollo”. Así, la ecología no puede ser para los “desarrollistas” sino una palabra de moda
a la que hay que desautorizar “científicamente” (y cuando no se pueda, utilizar
demagógicamente), aduciendo que ese es un lujo que solamente se pueden dar los países
ricos, ya que ” nuestro” principal problema es “la superación de la miseria”, lo que sólo
es posible con el desarrollo, entendido éste como “crecimiento económico”. Que
precisamente la destrucción de la fuente de todos los capitales y de los fundamentos
materiales de la reproducción social, la naturaleza, impide la formulación de una verdadera
política económica, es un “detalle” que la absurda “cientificidad desarrollista” no se
encuentra en condiciones de captar.
Colombia, a pesar de ser una nación con recursos naturales excepcionales, al punto que se
la ha llegado a considerar como un paraíso ambiental y como un banco inmensurable de
materias primas, no es ajena a la problemática ambiental, cuyos orígenes, se dice, como en
casi todos los países del mundo están enraizados profundamente en el crecimiento de la
población humana en un espacio físico finito.
Colombia es el segundo país del mundo, después del Brasil, rico en megadiversidad, donde
aún habitan 10 de cada 100 especies reconocidas, y donde por lo menos una tercera parte de
ellas es única y no se encuentra en otras regiones del globo terráqueo. La cuenca selvática
del litoral pacífico llamado Chocó Biogeográfico”, y la porción amazónica que le
corresponde a nuestra nación, son dos territorios privilegiados de gran reserva biótica. Pero
si seguimos talando las selvas chocoanas al ritmo actual de 20.000 hectáreas anuales, en 30
años sólo tendremos un paisaje desolado pantanoso. Y si continuamos fumigando con
glifósato las plantaciones de coca, destruiremos no solamente la biota, sino también las
comunidades humanas que habitan las zonas.
Insistiendo en la biodiversidad y en la pérdida de capital natural se debe considerar que el
aumento de la población ha generado presión sobre la frontera agropecuaria, presión que se
ha visto aumentada por el problema de tenencia de la tierra. Surge así como un gran
problema, ya mencionado para el Continente, la desaparición de grandes áreas de bosques
nativos, cuya recuperación en los trópicos parece una utopía, dada la complejidad casi
infinita de las relaciones bióticas y abióticas propias de estos bosques. Como se podrá
comprender, el empobrecimiento que ocurre en estas condiciones no sólo es de carácter
biológico, sino de carácter abiótico, ya que la deforestación es apenas un eslabón de la
cadena de problemas ambientales, entre los que se cuentan la erosión, las inundaciones en
épocas de lluvias y la escasez de agua en épocas secas, el aumento de plagas y, con ello, el
congruente aumento de los plaguicidas e insecticidas para combatirlas. Este incremento en
el número de plagas como consecuencia de la disminución de la diversidad es una lección
fundamental de la ecología, la cual no parece haber tenido eco.
El problema anterior se agrava por efecto de las prácticas industriales y agropecuarias, que
consuetudinariamente se han basado en tecnologías importadas que se han introducido al
país para aplicación indiscriminada, sin considerar sus bondades y desventajas. El caso de
la importación de pesticidas y demás compuestos químicos para la agroindustria, es quizás
el más importante y difícil de manejar y de hacer llegar al público en general, pues forma
parte de la “ecología invisible”.
Estas dificultades de orden ambiental, sino se adoptan los correctivos del caso, se van a ver
agravadas por la internacionalización de la economía y por la entrada de Colombia al
mercado de consumo. Mientras que en Colombia y en otros países en vías de desarrollo se
lucha por entrar en el mercado de consumo, aquellos que están pasando por esta tendencia
buscan alternativas a esta “moda” y la única respuesta parece ser la disminución del
consumo.
En el medio urbano -hábitat-, el razonamiento de la problemática ambiental es muy similar
y, en algunos casos es un reflejo de la problemática del medio natural y rural. En Colombia,
los problemas ambientales en las áreas urbanas se han generado en parte por la migración
desde los campos, la cual es el resultado de los problemas de tenencia de la tierra y, más
recientemente, el producto de los problemas de violencia. El hacinamiento de personas de
bajos recursos en áreas de las ciudades donde no se planearon asentamientos humanos,
genera problemas ambientales de toda índole: desechos y basuras, contaminación de aguas
y aire, falta de acueducto y alcantarillado, de sistemas de transporte, de escuelas y centros
de salud. Debajo de este patrón no siempre es que haya un problema de planeación de los
centros urbanos, sino un problema de aplicación de la legislación.
Aunque las razones que se han presentado para discernir acerca de la problemática
ambiental de Colombia son válidas, no pueden constituir la explicación total del asunto, si
ellas no son atravesadas por la dimensión o mejor la visión cultural. Una concepción y una
política ambiental al margen de los recursos culturales, se ha expresado, sólo nos mostrará a
mediano plazo un cambio de resultados pírricos, como que se pasaría de un desarrollismo
ordinario a un naturalismo analfabeto. Esta visión puede resultar al final en conflicto,
porque conlleva la exclusión del diálogo entre las culturas involucradas en el proceso de
reconciliación con el contexto total. Significa renunciar a las bondades de la concertación
social. “En últimas, es la reproducción del modelo autoritario de las relaciones Norte-Sur,
en versión autocolonialista: el centro metropolitano redimiendo a la periferia. En este país
vivimos la paradoja de querer saltar a la posmodernidad, pero aferrándonos a una vocación
de autosujeción”.
Es menester que con humildad y con sentido de lealtad hagamos una lectura juiciosa del
pasado, que nos permita reconocer el legado y las enseñanzas que dejaron en el territorio
colombiano quienes lo habitaron desde tiempos inmemoriales, gente que se sabía y se
sentía hermana de la tierra. Reichel Dolmatoff hace un profundo llamado en este sentido:
“Yo diría que el gran legado del indio consiste en la manera como comprendió y manejó
esta tierra. El largo camino que recorrió el indio colombiano desde las cuevas de El Abra
hasta el templo del Sol- constituye una gran enseñanza ecológica para nuestra época, ya que
nos muestra los fracasos y los éxitos, los errores y los logros de aquellos hombres que, con
sus mentes y sus manos, supieron adaptarse a una naturaleza bravía y, al mismo tiempo,
crear sus culturas, sin que en el proceso sufrieran las selvas y las sabanas, como sufren hoy
en día. El legado consiste en la manera como apreciaron y explotaron los diversos
medio-ambientes de las costas y de las vertientes, de las selvas y de los altiplanos, como
supieron extraer de ellos su sustento sin destruir la fauna; como conservaron la tierra con
sus terrazas y canales. Es esto lo que nos han dejado los indios… ”
Los indígenas Kogui, de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, imbuidos por su
milenario respeto hacia la Madre Tierra, le hablan así a “Hermanito Menor” (los blancos):
“…Si no llegamos de común acuerdo a aprender la Historia para respetar y cuidar todos los
seres vivos, piedras, árboles, animales y gente, el final de este mundo se acerca. Por eso se
habla mucho de aprender, de comprender la Historia, pues todavía es tiempo de vivir. No es
tiempo todavía de acabamos, de terminar. Por eso hay que enseñar y aprender unos a otros;
Hermanito Menor nos enseña y nosotros le enseñarnos. Sería un acuerdo espiritual y
material…”
14 septiembre, 2012 a 2:53
que le inporta
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